Tener a Dios es un privilegio. Como me dijeron algún día, es tener a lo mejor de lo mejor en mi vida. Tenerlo a Él no se compara con nada ni en el cielo ni en la tierra.
Es un Padre amoroso, lleno de bondad, sabiduría y protección. Es un amor que no se desliga de la verdad, que tiene límites y puede contener. Es tener un amigo, que en medio del silencio de la gente, está para escuchar. Cuando todos están ocupados, cuando nadie tiene tiempo, cuando nadie quiere oír ni saber qué sucede, cuando a otros no les importa, a Él sí.
Puede ser una revelación, o para algunos un dato básico. Sin embargo, estoy convencida que la esencia y los fundamentos de Dios, muchas veces no se encuentran en las doctrinas de sabios y estudiosos, sino en aquellos que aunque han vivido procesos de poda y madurez, tienen el corazón de un niño e inocencia en sus ojos. En aquellos que saben deleitarse en lo sencillo, en el silbido de Dios, en los detalles que susurra en el día a día.
"Es tan sencillo conocer a Dios en lo sobrenatural, pero solo sus íntimos pueden reconocerlo en su simpleza"- Generación de Remanentes
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