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Tengo una teoría en que el llanto y el enojo se vuelven respuestas ante el dolor. Pienso que estas dos emociones son máscaras que esconden una gran herida, pero sobre todo quiero enfocarme en el enojo porque muchas veces evadimos este sentimiento y lo consideramos incorrecto.
Hace unos meses recuerdo que me preguntaron con qué parte de Dios estaba enojada, con el Padre, con el Hijo o con el Espíritu, y sentí una gran necesidad de encubrir ese enojo y hablar de toda la teoría que yo conocía de Dios. Yo misma estaba defendiendo a Dios de mis emociones, cuando en realidad el enojo era solo una respuesta a un dolor sin resolver por el que culpé a Dios, y parte del proceso de sanidad fue afrontar lo que estaba en mi corazón respecto a Dios.
La única forma de despojarme de la ira que sentía era yendo al origen del dolor, debía ir a la herida y al lugar donde mi relación con Dios se había estancado, y eso solo era posible hablando.
¿Qué hice? Fui detrás del enojo para encontrarme con una herida sin resolver, pero acepté mi enojo. Hice una lista sobre mis preguntas y dudas por las cuales estaba molesta y en oración tuve que renunciar a mis expectativas sobre la vida, que al no verlas cumplidas, responsabilicé a Dios por ellas. Esas expectativas no fueron puestas por Dios y eran tan rígidas que esperaba que se cumplieran a mi modo, cuando en realidad Dios quería que las dejara en sus manos y que fueran líquidas como el agua para que mi corazón descansara en Él.
Tal vez llegaste un punto de tu vida con Dios, que aunque lo conoces y le sirves, tu vida ministerial está estancada y te sientes enojado con Dios por eso. Tal vez crees tener razones hoy en día para culpar a Dios por tu infancia, o el dolor vivido en tu vida, pero hoy quiero decirte que no hay persona que anhele ver más tu sanidad que Dios.
A veces oramos tanto y no vemos un resultado ni una sanidad que empezamos a creernos la mentira de que en realidad Dios no quiere sanarnos. En realidad, es Dios la persona que quiere verte sano y restaurado para vivir la vida en abundancia que Jesús prometió.
Sin embargo, requiere de algo: vulnerabilidad. Las máscaras afuera y el corazón expuesto.