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Llevo un buen tiempo pensando en qué escribir, y Dios traía a mi memoria una pequeña palabra que Julián Camargo dio en la alabanza y hoy se las comparto a ustedes porque tratamos el pecado con cariño.
¿Qué pensarían si hoy yo o una persona allegada a ustedes les dice que fue al médico y le diagnosticaron cáncer? Probablemente estarían muy angustiados porque el cerebro asimila cáncer con sufrimiento, dolor y muerte ¿Y si cambiamos la pregunta? ¿Si les dicen que fueron al médico y después de muchos estudios le diagnosticaron gripa? Tal vez la reacción natural va a ser reírse porque sabemos que en la mayoría de los casos, las gripas son inofensivas. El problema radica en que tratamos el pecado como una gripa, como si pudiéramos "vivir" con él, cuando en realidad, el pecado es peor que el cáncer porque trae muerte, y separación del Padre.
En la prédica que puse en el post anterior de Christy Corson ella da el ejemplo con arañas. Cuando su papá, Andrés, ve una araña, se queda mirándola y finalmente la saca. Ella por su lado, si ve una araña la pisa. Con este ejemplo ilustra lo que hacemos con el pecado; nos quedamos viendo cómo está en nuestra vida pero no lo "matamos".
Romanos 6:23 nos enseña que la paga del pecado es la muerte, y así de grave es. No se puede vivir con pecado porque nos mata poco a poco. El pecado nos mata a nosotros mismos, mata nuestras relaciones con amigos, familiares, mata nuestra paz, mata nuestra esperanza y mata nuestra relación con Dios. Satanás busca matar, robar y destruir, y el pecado abarca todo esto. De la manera más sutil, el pecado entra a nuestra vida y se va acomodando. Al pecado se le permite seguir y quedarse porque es normal e "inevitable" pecar, pero conociendo a Jesús podemos salir adelante y evitar pecar.
Hay dos puntos en los que quiero enfatizar; el pecado menosprecia a Jesús, y la muerte tiene cura.
El primer punto conlleva una historia. Al ser hijos de Dios, tenemos un cambio de identidad:
Romanos 8:15 Pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que han recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: "¡Abba, Padre!"
Ya no tenemos un espíritu de esclavitud, ya no dependemos del pecado y Jesús nos hizo libres, por lo tanto, vivir en pecado es nuestra elección. Hebreos 10:26 habla sobre el que "peca voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad" y el versículo 29 dice "¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?". Vivir en pecado después de ser hijos es como si una persona libre se obligara a ser esclava. Vivir en pecado después de ser libre es pisar la sangre de Jesús. Vivir en pecado después de ser libre es menospreciar el sacrificio que hizo Jesús. Vivir en pecado después de que Dios nos hizo hijos, es como si escupiéramos y nos burláramos de Jesús mientras el moría en esa cruz.
Segundo punto y buena noticia. El amor de Dios no tiene límites y aunque tengamos por inmunda la sangre de Jesús, Él nos da vida. Podemos estar inmersos y sumergidos en el peor pecado, pero Jesús extiende su mano a nosotros y nos ofrece su ayuda para vivir en Él. Cuando somos conscientes de lo que el pecado nos hace, podemos acercarnos confiadamente a donde el Padre, a pedir su ayuda y libertad porque VIVIR en Jesús no se compara con nada. Vivir con Jesús no es la decisión que tomamos un día, es la decisión que debemos tomar a diario.