Dios me ha permitido entender que los procesos de sanidad duelen, por lo general los procesos nos causan eso, pero los de sanidad pareciera que despertaran un dolor sepultado.
Antes de pasar por este proceso, Dios nos prepara. Luego nos lleva a ese lugar de dolor. En el libro de La Cabaña, Mack no quiere ir a una cueva porque le causa dolor (no seré muy explícita porque si no han visto la película, se las dañaría) pero Papá le explica que deben ir allí porque fue allí donde él se empezó a estancar. Y es que cuántos de nosotros no hemos sentido tal punto de dolor que quedamos inmóviles y dejamos que nos ahogue. Dios es tan bondadoso que no nos pide guardar lo que nos duele, sino que por el contrario nos permite expresar nuestro dolor y nos consuela, e incluso llora con nosotros compadeciéndose (Juan 11:35). Lo más hermoso es que nos da de sus fuerzas porque las nuestras están agotadas de llorar, de sonreír, de levantarnos con un costal de culpas y cargas, y ya no tenemos nada para dar.
Hace más de un año murió una persona importante para mi que tenía metástasis, su nombre era Marlene. Dios me había dicho que debía orar por ella y su sanidad, sin embargo, después de postergarlo por diferentes razones, ella murió unos días antes del fin de semana que oraría por ella. Dios me lo había dicho, yo lo había visto en un sueño y era claro. La culpa me atormentaba cada día. Yo no solo no merecía nada por desobedecer, sino porque eso le había costado la vida a una persona. Yo, Isabella, sé lo que es estar ahogada por la culpa, estar estancada, estar hastiada de todo, sentirse inútil y cargada. No quería soltarlo, sentía que debía andar con esa carga toda mi vida, "latigandome" la espalda cada vez que pudiera, para así aprender. Hablar de ella era tan duro que ignoraba el tema y pasaba por insensible, el golpe había sido tan fuerte que prefería ocultarme de Dios en vez de permitir su restauración.
Pero Dios en su infinito amor, me abrazó, me dio la mano y me ayudó a levantarme de donde estaba, me susurró que me seguía amando, que esa carga no me correspondía porque Jesús había muerto por todo ello. Más adelante, cuando decidí confiar en Él, Papá me preguntó si yo quería que Él me sanara esa herida. Lo pensé y acepté. Mientras lloraba en mi cama y le oraba pidiéndole que quitara eso de mi, vi la clínica. Le dije que yo no quería estar en ese lugar y él me dijo que era necesario, que ahí fue donde había dejado de crecer y donde me había estancado, que él debía cortar esa raíz, y con el dolor en mi corazón, acepté.
A veces pienso en Marlene, y me hace falta, pero entiendo que a pesar de que Dios sana, yo decido. Yo decido si acepto su restauración. En otro blog (Generación de Remanentes), leí una frase que me encantó:
Yo no alivio, yo sano.
Él está siempre disponible para sanar tu corazón y quitar toda cicatriz de las heridas de tu pasado, pero la decisión es tuya. Tú eres aquel que debe entregar su corazón en sus manos. Duele pero restaura. Es un dolor de sanidad. Un dolor en el que te desprendes de lo que has cargado. Es el dolor que se produce en la libertad. El dolor que tú y yo decidimos cargar en vez de entregarlo a Jesús. Permítele que te lleve al lugar de esas llagas. No va a dejar de sangrar hasta que encuentres la herida y lo que la causó. Es tiempo de darle eso que tanto te duele y te molesta. Cuando no lo hacemos estamos diciendo que el sacrificio de Jesús no fue suficiente, que debió haber sufrido más. Este peso no te corresponde a ti. Permítete vivir la libertad.